martes, 18 de septiembre de 2012


No puedo olvidarlo. Sigue presentándose en formas que no entiendo. No puedo palparlo, pero sé que está ahí. Puedo oírlo respirar en mi oído. Su aliento inodoro, su respiración calmada y firme, expectante, escrutando mis pensamientos. Está buscando el momento para que lo oiga, cuando dejo de pensar y miro realmente. Se sienta en mi pecho. ¿Qué quiere de mí?
Sólo calla. De vez en cuando me recuerda momentos que creí no existían, casi nuevos. Pero entonces me doy cuenta de que estuvieron y yo también. Yo también. Yo los hice, no ellos. Sólo fui yo. Yo estuve, y eso fue todo. Todo se resume a mi presencia en lo que estaba pasando ahí afuera. En poco influí, en poco participé. No soy como ellos, no suelo cambiar mucho las cosas. Y el suelo, me gustaba esa tarde. Las baldosas estaban hechas de pequeñas piedras muy juntas, amarronadas y un poco resbaladizas. Decidí arrastrar los talones para sentirlo y no hubo más. Fue sencillo y lo recuerdo bien. Nada cambió ese día, no en ese momento.
Él me pensó, él me pensó, el me… Pensó. Y yo existí por fin. En un recuerdo, en un lamento. No sé cuándo estoy, ni cuándo soy. Algo sé, y es que respiro un poco. Me muevo entre un tiempo finito, en un espacio reducido invariable. Mi mente da vueltas alrededor de lo mismo, yo pienso sólo en aquellos que recuerdo, en el pasado, el presente, nunca en el futuro, ya está. Mira, ya se fue. Pienso en él y ya no está. Otra vez escucho su respiración.
En olas antes de dormir. Repasando todo aquello que pasé por alto. Lo vivido vuelve frente a mí y ya no veo. No sé cuándo estoy. Desaparezco varis veces en el día, pero no me pierdo, me encuentro y eso es terrible. Todo lo que fui y lo que no, lo poco que soy no sirve para cambiarlo. Es lo que define todo lo real. La felicidad y las cualidades buenas me las invento para que no sea tan pesada.
Aquello que es bueno es una opinión engañosa, delirante, seductora inconsciente, de todo lo que es cierto y evidente. Los intentos hacen los hechos, los hechos hacen mi verdad. Y aquí está. Un puñado de secretos no tan ocultos, en mi regazo. Todavía no decido qué hacer con ellos.
Me vi cambiar, viví la transformación. Una primera mutación humana hacia los más primitivo, lo inerte, lo que siempre estuvo frente a mí. Pero otra vez, no veía, estuvo todo el tiempo, del mismo lado. Pero lo separaba. El otro lado es el espejo que refleja mi ideal, no lo que es. Mi utopía y las ganas de que esta metamorfosis sea algo productivo y hermoso… Lo que esperaba, en cierto modo, que sea. Y esa línea divisoria entre mi yo y mi yo. No fue nada poético, fue despojarme simplemente de mis deseos e ilusiones y ver realmente lo que todo este tiempo fui. Detrás de todas esas máscaras para-salir-al-mundo tranquila.
Un engaño. Es todo lo que es. Y tengo miedo de mirarme otra vez con una sonrisa. Las sonrisas no existen cuando te miras realmente, viendo todo a tu alrededor, lo que significó algo, tus recuerdos más preciados… No valen nada. Porque lo que importa es lo que tenés cuando te ves. Y estás desnudo, lleno de miedo, de dudas, desesperación. Miras tus pies y pensás que en algún momento eso va a cambiar, que es temporal, provisorio, que alguien puede abrazarte y amarte, que hay alguien esperándote cuando te alejes del espejo. Y al huir de él te queda esa imagen… Deformando tus inventos felices, tus relaciones, tu tiempo libre, tu estima. De repente no podes sacarte esa imagen de la mente. La fotografía de esa persona tan frágil y solitaria se convierte en todo lo que sos. O eso pensás. Cuando en realidad siempre fuiste eso. Siempre lo serás. Hagas lo que hagas, al final del día te espera una cama fría y… despeinada como una prostituta que la pasó bien anoche sin mí, una almohada, una mente, dos piernas, dos brazos, una boca seca, ojos tristes… Y escucho un zumbido. Sigue respirando cerca de mí.
Es increíble lo volátiles que las palabras pueden ser. No pueden romperte los huesos como un golpe en el esqueleto; pero las balas son las que te perforan, no las palabras. Puñaladas. Golpes directos al cuerpo. Pero no las palabras. No los recuerdos. Las metáforas y alusiones son vagas cuando el dolor va más allá de las alegorías y todo eso con lo que lo comparan. Es miseria. Sentís una puñalada, un balazo, un corte en el pecho. Pero no hay sangre ahí, no hay heridas visibles. Entonces, ¿qué? ¿Dónde está? Yo quiero ir a un doctor, no hay doctores. Me acuesto y sigue ahí. Me ahogo, mi piel se hace piedra, mi garganta sobre todo. ¿Por qué estas gotas saladas brotando de mi ojos? No me duele el cuerpo, mis piernas están bien, supongo. Sin embargo,  no puedo caminar, porque no le encuentro la lógica. Eso es lo peor. ¿Para qué? En algún momento voy a volver, para qué salir si este lugar me espera y me necesita. No puedo irme.
Un momento. No. No me necesita. Algo va a reemplazar lo que fui, y no con lo que fui y soy. Sino con algo útil. O quedará un hueco. El mundo está lleno de esos. Huecos, esquinas, paradojas. No importa, no me voy a dar cuenta de eso cuando no esté aquí.
El punto es desaparecer. Sin rastros de consciencia. Que se vaya ella también. Que no quede nada de mí esta vez. La progresión, el cambio, destruye o modifica algo en algún lugar. Todavía puedo dudar.
Sólo quiero que pase este día. Me desespera este ruido. La ausencia total de él también.
No quiero pensar más en ausencias, ni presencias. Ni en el surrealismo de mis esperanzas.
Iré a un lugar en el que nadie me recuerde, porque yo no los recordaré a ellos. Un lugar en el que nadie me estime, porque yo no los estimo ni a ellos ni a mí. No existe mi programa favorito, ni la hora del almuerzo de la cena o la merienda. El sol ya no flota en el cielo durante unas horas para luego esconderse y dar luz indirectamente, esta vez todo se oscurece. Pero ellos, ellos no lo aceptan. Ellos tienen sus luces, su televisión, sus charlas, sus impuestos, tópicos mediocres. Su luz inteligente para atender sus asuntos, no paran. Ellos no van a parar. El mundo que conozco no va a detenerse jamás. Los diamantes rotos en el cielo nunca serán vistos en esta ciudad. Todo es en vano. No importa mucho, porque cuando me vaya todo esto no va a importar. O tal vez sí. Tal vez no deje de pensar en esto. Tal vez reconozca otras tristezas y muera frente…
Tal vez muera frente al espejo.
Tal vez me ciegue completamente. Tal vez el zumbido me arrastre hasta el otro lado. Tal vez esta cama me trague para siempre.
Para siempre, y no habrá un amanecer. Sólo noche. Una eterna y lluviosa noche. 

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