martes, 20 de noviembre de 2012

Escuché algo hoy. Un grito agudo en mi oído izquierdo justo antes de caer en el sueño. El colchón me succionaba. Me espabilé y, bueno, descubrí que de hecho estaba quedándome dormida. 
Soñé unos instantes con él. Tenía esa expresión en el rostro, inconfundible, inimitable. No podría simplemente fingirla, es tan pura y honesta que cambia de piel y su alma se encuentra desnuda. Tan maravillosa y extensa que de sólo recordarla me eriza la piel y ternura y admiración primero, temor al final. Temor. Un intenso temor de que continúe siendo diáfano y perpetuo hasta el punto de destruir mi voluntad tan devota a sus reacciones ante mis muestras de afecto y errores. 
Miedo. Desperté rápidamente llena de miedo. No sé bien cuánto tiempo estuve observando las líneas de la pared sin buscar nada. Tuve miedo de volver a dormir. No sé qué estaría perdiendo si duermo, porque el caso es que siento que algo se me esta escapando estando yo con los ojos demasiado cerrados. No está. No tengo idea de dónde debe andar, qué pensamientos flotaran en su mente. 
Entonces... No está. Deja de existir su carne, su templo, y es cuando mi sombra trae los recuerdos y su alma ocupa todo allá arriba. Y acá, abajo, estoy yo. Mirando la película de nuestras vivencias, ideando otras.  Yo las creé y tuve el privilegio único de experimentarlas. 
Sigo acostada, casi caigo otra vez en lo que nunca pasó ahí afuera. Él no se enteró de lo vivido en los sueños. 
Las manifestaciones de su espíritu son algo que no puedo olvidar. Suena fantástico y ficticio, pero es tan simple... Sería un error intentar describir la cantidad de cielos que se pueden ver a través de sus ojos.
Recuerdo haber sonreído con inocencia, de una forma muy estúpida y ñoña, cuando vi su rostro a mi lado cuando caminábamos... Y sentir la calidez de su mano, la temperatura perfecta creada por ella y por la mía. La sujeté con firmeza, casi con temor otra vez de que se escapara. 
¿De qué sirve recordar todo esto? Mi edad no se mide en años, pienso. Mi edad es la cantidad de momentos de soledad y tristeza que tuve. La cantidad de veces que en secreto tuve esperanzas, para luego verlas caerse frente a mí, hasta convertirme en algo oscuro y pesimista. Porque he conocido, tuve metas, tenía fe en... Algo. Todo eso se acumuló hasta hacer mi edad. ¿Qué edad tengo ahora que lo conocí? ¿Qué edad tengo ahora que viví estos últimos meses como los mejores de toda mi vida? ¿Por qué ahora me siento triste por ellos? ¿Por qué al final ese poderoso dolor en cada fibra del alma vuelve a atacar? Miedo.
Miedo de que hayan sido los mejores meses de mi vida... Ahora tengo que vivir el resto de los meses.
Volver al cuarto oscuro en el que siempre estaré sólo yo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario