martes, 6 de marzo de 2012

Es re venenoso el coso ese

¿Por qué razón estábamos sentados en la vereda de una fábrica sucia y (creo) abandonada, al pie de lo que era prácticamente un basural? No sé, no recuerdo muy bien, pero era algo así como escondernos de los ojos perniciosos de la gente, y fue divertido patear bolsas creyéndonos dioses pateando nubes.  Era un lugar algo estratégico, teníamos mucho material viajero cerca, sólo necesitábamos un instrumento para ver lo oculto a la vista de los adictos a la realidad. “La puta madre, me olvidé otra vez el caleidoscopio”. Me había mentalizado con llevarlo, pero lo olvidé otra vez. No importa, no hay que descender y caer de culo al escenario absurdo de la vida cotidiana. Así que tomé un vidrio roto de color verde, con una textura particular, que tenía cerca. Me saqué los lentes y vi el mundo frente a mí a través de él.
De repente me encontré a bordo de una pequeña nave, en la mono-cabina. No era cualquier nave, y su tripulación no era cualquier tripulación. Se distinguía de otras naves. Una particularidad era su tamaño compacto, como mencioné. El visor no era muy grande, pero bastaba para ver lo que aparecía frente a mí. En aquella navecita visité varias dimensiones, en las que el tiempo era el mismo, pero no las circunstancias y la materia. Las cosas que vi alguna vez con mis ojos y mente tapados con la careta de lo rutinario se transformaban. Hasta que descubrí lo que creí transformación en realidad no lo fue, esas bolsas llenas de tela inservible en realidad fueron aldeas cubiertas de nieve. Pasé de ese lugar tan extraño en el que todo se hallaba cubierto de un blanco especialmente taciturno, a estar sobre un corral de ovejas ansiosas de huir.
 Lo que llamó (no mucho) mi atención fue que no sabía cómo había llegado a tales lugares. Nunca sentí pasar el tiempo, ni recorrer las distancias de un sitio a otro. La navecita simplemente aparecía conmigo en diferentes ambientes, recreando distintos sueños en un mismo lugar.
Bajé de la nave y se la presenté a compatriota de viajes, a mi amiga. Y fui su copiloto. Seguro vio cosas muy lindas, porque quedó asombrada, lo que la motivó a llevar a nuestro amigo.
3 fuimos los viajeros en esa tarde nublada, aparentemente aburrida. Nosotros bien sabíamos que el aburrimiento sería cosa de otro día con caretas.
Regresando a la casa de mi amiga, caminando en el medio de una de las calles más tranquilas de la zona, miramos al cielo, y nos encontramos parados en el medio de un atardecer deslumbrante. Se unía la noche y el día formando unos colores rojizos de un lado, y un azul que oscurecía por el otro. Sacamos algunas fotos, pero nada se compara a verlo con los ojos y mente bien abiertos, justo en el momento en el que ocurría.
Gracias por estar, copilotos.

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