No puedo olvidarlo. Sigue
presentándose en formas que no entiendo. No puedo palparlo, pero sé que está
ahí. Puedo oírlo respirar en mi oído. Su aliento inodoro, su respiración
calmada y firme, expectante, escrutando mis pensamientos. Está buscando el momento
para que lo oiga, cuando dejo de pensar y miro realmente. Se sienta en mi
pecho. ¿Qué quiere de mí?
Sólo calla. De vez en cuando me
recuerda momentos que creí no existían, casi nuevos. Pero entonces me doy
cuenta de que estuvieron y yo también. Yo también. Yo los hice, no ellos. Sólo
fui yo. Yo estuve, y eso fue todo. Todo se resume a mi presencia en lo que
estaba pasando ahí afuera. En poco influí, en poco participé. No soy como
ellos, no suelo cambiar mucho las cosas. Y el suelo, me gustaba esa tarde. Las
baldosas estaban hechas de pequeñas piedras muy juntas, amarronadas y un poco
resbaladizas. Decidí arrastrar los talones para sentirlo y no hubo más. Fue
sencillo y lo recuerdo bien. Nada cambió ese día, no en ese momento.
Él me pensó, él me pensó, el me…
Pensó. Y yo existí por fin. En un recuerdo, en un lamento. No sé cuándo estoy,
ni cuándo soy. Algo sé, y es que respiro un poco. Me muevo entre un tiempo
finito, en un espacio reducido invariable. Mi mente da vueltas alrededor de lo
mismo, yo pienso sólo en aquellos que recuerdo, en el pasado, el presente,
nunca en el futuro, ya está. Mira, ya se fue. Pienso en él y ya no está. Otra
vez escucho su respiración.
En olas antes de dormir. Repasando
todo aquello que pasé por alto. Lo vivido vuelve frente a mí y ya no veo. No sé
cuándo estoy. Desaparezco varis veces en el día, pero no me pierdo, me
encuentro y eso es terrible. Todo lo que fui y lo que no, lo poco que soy no
sirve para cambiarlo. Es lo que define todo lo real. La felicidad y las
cualidades buenas me las invento para que no sea tan pesada.
Aquello que es bueno es una opinión
engañosa, delirante, seductora inconsciente, de todo lo que es cierto y
evidente. Los intentos hacen los hechos, los hechos hacen mi verdad. Y aquí
está. Un puñado de secretos no tan ocultos, en mi regazo. Todavía no decido qué
hacer con ellos.
Me vi cambiar, viví la
transformación. Una primera mutación humana hacia los más primitivo, lo inerte,
lo que siempre estuvo frente a mí. Pero otra vez, no veía, estuvo todo el
tiempo, del mismo lado. Pero lo separaba. El otro lado es el espejo que refleja
mi ideal, no lo que es. Mi utopía y las ganas de que esta metamorfosis sea algo
productivo y hermoso… Lo que esperaba, en cierto modo, que sea. Y esa línea
divisoria entre mi yo y mi yo.
No fue nada poético, fue despojarme simplemente de mis deseos e ilusiones y ver
realmente lo que todo este tiempo fui. Detrás de todas esas máscaras
para-salir-al-mundo tranquila.
Un engaño. Es todo lo que es. Y tengo
miedo de mirarme otra vez con una sonrisa. Las sonrisas no existen cuando te
miras realmente, viendo todo a tu alrededor, lo que significó algo, tus
recuerdos más preciados… No valen nada. Porque lo que importa es lo que tenés
cuando te ves. Y estás desnudo, lleno de miedo, de dudas, desesperación. Miras tus
pies y pensás que en algún momento eso va a cambiar, que es temporal, provisorio, que alguien puede abrazarte y amarte, que
hay alguien esperándote cuando te alejes del espejo. Y al huir de él te queda
esa imagen… Deformando tus inventos felices, tus relaciones, tu tiempo libre,
tu estima. De repente no podes sacarte esa imagen de la mente. La fotografía de
esa persona tan frágil y solitaria se convierte en todo lo que sos. O eso pensás.
Cuando en realidad siempre fuiste eso. Siempre lo serás. Hagas lo que hagas, al
final del día te espera una cama fría y… despeinada como una prostituta que la
pasó bien anoche sin mí, una almohada, una mente, dos piernas, dos brazos, una
boca seca, ojos tristes… Y escucho un zumbido. Sigue respirando cerca de mí.
Es increíble lo volátiles que las
palabras pueden ser. No pueden romperte los huesos como un golpe en el
esqueleto; pero las balas son las que te perforan, no las palabras. Puñaladas.
Golpes directos al cuerpo. Pero no las palabras. No los recuerdos. Las
metáforas y alusiones son vagas cuando el dolor va más allá de las alegorías y
todo eso con lo que lo comparan. Es miseria. Sentís una puñalada, un balazo, un
corte en el pecho. Pero no hay sangre ahí, no hay heridas visibles. Entonces,
¿qué? ¿Dónde está? Yo quiero ir a un doctor, no hay doctores. Me acuesto y
sigue ahí. Me ahogo, mi piel se hace piedra, mi garganta sobre todo. ¿Por qué
estas gotas saladas brotando de mi ojos? No me duele el cuerpo, mis piernas están
bien, supongo. Sin embargo, no puedo
caminar, porque no le encuentro la lógica. Eso es lo peor. ¿Para qué? En algún
momento voy a volver, para qué salir si este lugar me espera y me necesita. No
puedo irme.
Un momento. No. No me necesita. Algo
va a reemplazar lo que fui, y no con lo que fui y soy. Sino con algo útil. O
quedará un hueco. El mundo está lleno de esos. Huecos, esquinas, paradojas. No
importa, no me voy a dar cuenta de eso cuando no esté aquí.
El punto es desaparecer. Sin rastros
de consciencia. Que se vaya ella también. Que no quede nada de mí esta vez. La
progresión, el cambio, destruye o modifica algo en algún lugar. Todavía puedo
dudar.
Sólo quiero que pase este día. Me
desespera este ruido. La ausencia total de él también.
No quiero pensar más en ausencias, ni
presencias. Ni en el surrealismo de mis esperanzas.
Iré a un lugar en el que nadie me
recuerde, porque yo no los recordaré a ellos. Un lugar en el que nadie me
estime, porque yo no los estimo ni a ellos ni a mí. No existe mi programa
favorito, ni la hora del almuerzo de la cena o la merienda. El sol ya no flota
en el cielo durante unas horas para luego esconderse y dar luz indirectamente,
esta vez todo se oscurece. Pero ellos, ellos no lo aceptan. Ellos tienen sus
luces, su televisión, sus charlas, sus impuestos, tópicos mediocres. Su luz
inteligente para atender sus asuntos, no paran. Ellos no van a parar. El mundo
que conozco no va a detenerse jamás. Los diamantes rotos en el cielo nunca
serán vistos en esta ciudad. Todo es en vano. No importa mucho, porque cuando
me vaya todo esto no va a importar. O tal vez sí. Tal vez no deje de pensar en
esto. Tal vez reconozca otras tristezas y muera frente…
Tal vez muera frente al espejo.
Tal vez me ciegue completamente. Tal
vez el zumbido me arrastre hasta el otro lado. Tal vez esta cama me trague para
siempre.
Para siempre, y no habrá un amanecer.
Sólo noche. Una eterna y lluviosa noche.